Pensar es importante. Somos seres racionales y, por lo tanto, el pensamiento es una herramienta esencial en nuestras vidas. Sin embargo, no somos solo mente. Dentro de nosotros habitan otras facultades: el instinto, la intuición, la emoción, la espiritualidad. Todos poseemos un sentido de lo ideal y de lo real, una dualidad entre razón y sentimiento. El verdadero desafío es armonizarlas.
Si nos limitamos únicamente a la razón, reducimos la grandeza del espíritu. ¿Acaso no tenemos vida interior? Nos esforzamos por canalizar y resolver todo con la mente, pero el espíritu solo entiende de emoción. Quizás incluso Dios comprende más la emoción que la lógica. ¿No es paradójico que intentemos explicarlo todo con la cabeza, cuando lo más profundo de la existencia no puede encerrarse en pensamientos?
Si todo pudiera resolverse solo con la razón, no existirían el misterio de la belleza, la profundidad de la vida y la muerte, los sueños, la nostalgia, la esperanza. No existiría el tormento de la soledad ni el consuelo de una sonrisa sincera. No es el cerebro lo que nos invita a vivir con pasión, sino el corazón.
Nuestra mente, cuando se cierra, se convierte en un obstáculo que apaga nuestra luz interior. Pero cuando aprendemos a abrirla, descubrimos nuevas opciones, nuevas perspectivas, nuevas soluciones. Quizás, en ese equilibrio entre pensamiento y emoción, encontramos la verdadera plenitud.
